Para nuestros efectos, aunque la Medicina tiene una gran variedad de ramas y ramificaciones, diremos que tiene dos grandes ramas: La General y la Especialización.
Diremos que la General estudia estrictamente al cuerpo humano, la anatomía y los males que se manifiestan en esa anatomía. Es pues un estudio de la materia normal, en estado saludable, y los estados anormales que semanifiestan, junto con las medicinas que los curan.
La especialización entonces se limita a un solo sector como la psicoterapia, por ejemplo. Pero fíjense en que ningún médico alópata (que es la medicina corriente) cuando usted lo consulta por un dolor de estómago, por ejemplo, jamás pregunta si el enfermo es feliz en su hogar o en su trabajo, si tiene perturbaciones del ánimo por causa de personas que lo rodean y si tiene preocupaciones. Ahora es que se está comenzando a comprender que la úlcera estomacal es producida por los problemas que preocupan (porque hay problemas que interesan y no hacen sufrir). Ningún médico se interesa en saber si las condiciones de vida de un paciente son agradables o no, y como veremos luego, hay cantidad de enfermedades que no son otra cosa que incomodidad e infelicidad, desajuste con el medio en que se vive, inconformidad con una situación-ambiente.
El psicólogo y el siquiatra sí tratan de determinar si el enfermo está reaccionando a una condición exterior, luego hay cantidad de enfermedades que no son otra cosa, pero como nadie sale a consultar un siquiatra cuando tiene un dolor de estómago, lo que sucede por regla general es que el médico a quien se consulta se limita a averiguar cuál de las comidas no se digieren bien, y abre un librito que contiene los nombres de infinidad de remedios y para qué sirven. De allí copia una receta o regala una muestra. Si el paciente regresa a continuar recetándose porque no se le ha quitado el dolor, el médico entonces dice: “Ah, esto es una colitis”, o “una apendicitis crónica”.
Aconseja la operación, por supuesto, para la apendicitis, o recomienda una dieta estricta para la colitis, y el enfermo sigue lo mismo. ¡El enfermo se cura solo al fin! Ya veremos por qué.
En metafísica estudiamos el medio ambiente y los problemas del enfermo, y sabemos a qué se deben muchas de las enfermedades; sabemos que la colitis es psicosomática. Que los males del hígado, del estómago, de los intestinos también, y que el azúcar en la sangre es una complicación psíquica muy interesante y profunda.
Como nosotros sabemos que todo tiene su origen en la mente, podemos relacionar también los sucesos exteriores con los interiores, y viceversa.
Dios nos hizo para ser y estar felices. UN SER FELIZ JAMÁS ESTÁ ENFERMO. Lo mismo que un enfermo jamás es feliz.
Ustedes todos conocen el hecho de que al interrumpir el circuito del mal humor con una sonrisa, se cura el hígado. Desaparece la bilis. Está descrito en mi libro “Metafísica al Alcance de Todos”, pero vamos a recordarlo.
Cuando una persona sufre un desagrado y amarra la cara, como decimos, este gesto, que no es sino un pensamiento exteriorizado o actuado, tiene una influencia directa con la glándula pineal que es la glándula de la visión psíquica y astral. De allí baja la amarga vibración por el líquido cefalo-raquídeo en la columna vertebral, luego impregna el hígado, amarga y forma bilis, y esa bilis causa otra vez la expresión de desagrado en la cara,
como también el gusto de amargor con que la persona amanece. Es un círculo vicioso muy fácil de cortar. TODO LO QUE HAY QUE HACER ES SENTIRSE FELIZ. ¿Cómo se hace para sentirse feliz? Es fácil también, si se tiene voluntad.
Primeramente hay que sonreír. Obligadamente aunque no se sientan ganas. La primera sonrisa será indudablemente forzada, con las comisuras de los labios apuntando hacia abajo, pero el segundo esfuerzo será mejor. Ahora hay que comenzar a dar gracias en voz alta por todo lo que uno ve que posee. Desde un fósforo, la ropa, los muebles, los familiares, el sol si está brillando o la lluvia si está cayendo. Todo, absolutamente todo, representa un bien en su momento apropiado, y nos haría falta en un momento dado, si no lo tuviéramos, de manera que, pensando en esto, nos dan deseos de dar gracias, de agradecerlo a Dios. Ya está estamos pensando en Dios, sentimos gratitud, y esta combinación dulcifica el hígado. Se corta el circuito vicioso y se cura el mal.
Si todos siguiéramos esta práctica, jamás se nos perturbarían ni el hígado ni la vida.
Cuando se siente uno MUY afligido, para curar instantáneamente la aflicción hay que comenzar a declarar inmediatamente: “BENDIGO EL BIEN EN ESTA SITUACIÓN”. No hay forma más eficaz para hacer desaparecer toda aflicción, para impedir que se nos convierta en causa y efecto de un mal mayor, y para evitar formar karmas, ya que como ustedes saben, LA BENDICIÓN AUMENTA EL BIEN QUE SE BENDICE, TRANSFORMA EL MAL EN BIEN, Y ES VER A DIOS ALLÍ DONDE APARENTA ESTAR EL MAL. ¡Es la más perfecta expresión de fe! No hay mal que se pueda resistir a la bendición del Bien que se esté ocultando tras de una apariencia de mal. Pruébenlo y verán cómo se transforma el mal en bien y se cura toda aflicción.
La colitis y los males intestinales son resultados nerviosos de los temores y desagrados que se estén experimentando en la vida diaria, en el hogar o en el trabajo. Muy sorpresivamente la diarrea a veces es ocasionada por demasiado estudio de las cosas espirituales. Parecería que lo espiritual lógicamente debería curar automáticamente lo que ande mal ¿Verdad? pero si la persona mezcla su pensamiento negativo, pesimista y doloroso con sus súplicas a Dios, está creando un disparate. Está formándose una figura errada de Dios. Lo que formó es un dios (con minúscula) doloroso y purgativo, pero no de misericordia. Muchas veces los principiantes encuentran que después de las primeras lecciones de metafísica se les “afloja” el estómago. Ellos no relacionan esto con las lecciones, por supuesto, pero es ocasionado porque han recibido mucho material nuevo, muchas ideas a la vez, y el organismo se defiende eliminando todo lo que no se ha podido asimilar, y se va por los intestinos.
Tenemos cuatro cuerpos inferiores. El cuerpo emocional, el cuerpo mental, el cuerpo etérico y el cuerpo físico.
CUERPO ETÉRICO: Es el depósito de todos los recuerdos de todas nuestras vidas.
Por supuesto que si en vidas pasadas hay impresiones tan grandes, experiencias tan destacadas o que han durado mucho tiempo, estaremos muy influenciados por esas impresiones, y todo lo que nos ocurre lo “teñimos” como quien dice, con el color de esa experiencia o esa convicción destacada. Por ejemplo, conozco a una señora que pasó muchas vidas, y si no varias, por lo menos una vida entera y muy reciente, siendo profundamente católica, y en la época victoriana en que todo era melodrama. Las novelas, las comedias, etc. Ella ha traído pues a esta vida, una costumbre muy arraigada de convertir todo en melodrama, y todo lo religioso en doloroso. Para ella la figura de Cristo está representada por el Crucificado y la Madre Dolorosa a los pies. Hasta la risa de ella es con las cejas en acento circunflejo. Por supuesto aunque ella desea ardientemente ser feliz, no lo puede porque su cuerpo etérico la doblega en el sentido del dolor. Es el caso de que goza con el dolor porque es donde ella se siente más cómoda, más en casa, más familiar ¿comprenden? Además del cuerpo etérico deforme, tiene el cuerpo emocional muy grande, muy descontrolado, lo cual la hace excesivamente emotiva. Le costará mucho aceptar la nueva ola metafísica que va alienando los cuatro cuerpos en un solo molde para funcionar en armonía y ordenadamente.
Respecto al azúcar en la sangre, o lo que comúnmente se dice “diabetes”, pasen revista en su mente por todos lo que sufren de ese mal y recordarán que por regla general, todos son de carácter dulce.
Las condiciones externas, contrarias a su modo de ser, los afectan enormemente. Al principio se encuentran impedidos de reaccionar. No pueden dejarse ir en protestas ni explotar en ira porque es contrario a su ser innato. A ellos les haría mucho bien poder defenderse con una explosión de palabras, pero no lo logran por su dulzura original.
Entonces esa dulzura se agria, se acumula y tiene que desahogarse por alguna parte. El coma diabético es la incapacidad de soportar más la carga de dulzura envenenada, que se manifiesta en azúcar por cantidades superiores a lo habitual, pues ya una vez formado el círculo vicioso, es la defensa que adopta el organismo.
Defensa relativa, por supuesto, ya que esta forma de defensa mata también, pero el caso es que por incapacidad de reaccionar en lo exterior, se reacciona a costas del interior. ¿Quién chupa el exceso? La sangre.
Yo conocí a un psicoanalista que recomendó a un paciente tener siempre a mano veinte platos de loza para que cuando tuviera un desagrado los rompiera lanzándolos contra una pared. Indudablemente lo hizo para que ese paciente no se reprimiera. Seguramente que tenía tendencia a ser introvertido. Pero eso sería un buen remedio para los diabéticos.
Voy a terminar contándoles un caso que tuve recientemente. Tomé una muchacha para servicio de adentro. La chica venía precedida con el diagnóstico médico de apendicitis crónica. La operación no era urgente, pero había que operarla algún día, decía el médico. A los tres días de estar en mi casa le dio el dolor. Yo decidí comprobar primero si era o no del apéndice o si era, como yo sospechaba, resultados del ambiente de la casa que ella había dejado. Era una casa donde no había paz, donde nada de lo que se hiciera resultaba bien hecho porque una anciana enferma mantenía aquello en hervidero. A la chica le daba el dolor con vómitos. Esto es clásico de la
apendicitis, como también es típico de los disgustos. Podía ser una cosa u otra, pero yo no me iba a dejar influenciar por el diagnóstico. Le di tres pastillas de menta y dije: “Chúpate una ahora mismo. Dentro de media hora te chupas otra, y a la tercera media hora te chupas la tercera”. Se le pasó el dolor y yo entonces aproveché y le dije: “Mejor es que no te repita ese dolor porque mi convenio con la señora que te mandó a mí fue que si te repetía el dolor yo te devolvería a ella y tendrías que seguir trabajando donde estabas. Además, voy a darte la buena noticia de que no tienes apendicitis crónica. Lo que tienes es un dolor nervioso por los disgustos, que tenías constantemente, y como aquí no tienes disgustos no hay razón para que tengas ese dolor. ¿Estás feliz conmigo? Sí, señora. ¿Estás en paz? Sí, señora. ¿Tienes todo lo que quieres? Sí, señora. Muy bien, entonces ya se acabó ese dolor”. Y así fue. Esto me lo inspiró José Gregorio Hernández porque yo se la encomendé a él.
Como él es protector mío, le dije que si había que operarla, lo hiciera él.
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